miércoles, 22 de agosto de 2012

Siete




Encontrar a alguien que te mire así, no tiene precio. Pero que después, cuando vuelvas tu mirada hacia esa persona, no la desvíe, y la descubras mirándote de la misma manera, como si fueras el más valioso tesoro que pudo encontrar jamás; eso, señores, es simplemente sublime. 

Por los siete meses que ya casi rozan los ocho.
Una enamorada. 

domingo, 29 de julio de 2012

El club de los poetas muertos

Acérquense, señores; quiero confiarles un secreto. 


Se escribe y se lee poesía, no porque sea bonita, sino porque se es parte de la humanidad. Se escribe y se lee poesía porque los seres humanos son seres con pasiones. La medicina, el derecho, el comercio, son nobles actividades, necesarias para mantenernos con vida. Pero la poesía, el amor, la belleza, ésa es nuestra razón de ser. Citando a Whitman:


¡Oh, yo! ¡Oh, vida! Todas estas cuestiones
que me asaltan
Estos cortejos sin fin de incrédulos
Estas ciudades pobladas por idiotas
¿Qué hay de bueno en todo esto, oh, yo, oh, vida?
Respuesta
que tú estás aquí -que la vida existe, y la identidad, 
que el prodigioso espectáculo sigue,
y que, quizá, tú contribuyes a él con tu rima. 


Díganme, señores. ¿Cuál será su rima?

jueves, 26 de julio de 2012

Seis

A quien quiera que esté leyendo esto:

¿Sabes? Seis meses me parece demasiado tiempo. Si te paras a pensarlo, en realidad, es una porción de tiempo extraña: no dejan de ser seis míseros meses, un puñado de días mal contados que se agrupan de treinta en treinta; pero también... también es medio año. Y eso hace que se me ponga la carne de gallina. 

En seis meses, han pasado dos estaciones (primavera, otoño, invierno, verano...). En seis meses, un niño pequeño deja de tener "cinco años" para tener "cinco años y medio". En seis meses... queda justo la mitad, queda justo el mismo tiempo que has pasado para hacer uno. No sé si me entiendes. 

Ahora que estoy al borde de los siete... me asombra. Me asusta y me asombra. El volver la mirada hacia atrás y contemplar a la persona que ha caminado conmigo durante este tiempo, y ver que estos seis meses no han sido en vano. Ver que él sigue conmigo, tan o más seguro de sí y de nosotros como el primer día, sujetando mi mano con firmeza, por si algún día me entran ganas de rendirme al miedo, no dejarme escapar. 


Amore mio, prendi le mie mani ancora e ancora, come chi parte e non saprà mai se ritorna.

martes, 26 de junio de 2012

Ella quería un pelo largo

Ella quería un pelo largo. Soñaba con una melena deslizándose por su espalda, seductora, como se veía en las películas; oscura, con ondas. Ansiaba mirarlo a través de los bucles madera y parpadear, que con tan sólo un movimiento de cabeza una cascada de rizos indomables se suicidara suavemente por su hombro hasta su cintura. Deseaba que él apartase con dulzura y deseo los cabellos de su cuello para besarlo, que se enredaran entre ambos bajo las sábanas, que la persiguieran en el agua. Ella quería un pelo largo. 

Pero ella no tenía un pelo largo. Millones de ricitos se amoldaban alrededor de su rostro y caían no más allá de su barbilla, formando una especie de dulce almohada alrededor de su cabeza. Más semejante a las lanas de una oveja que a la melena seductora tan ansiada por ella. Y él jugaba con esos rizos embelesado; podía pasarse horas acariciando su cabecita, perdiendo sus dedos en aquellos pequeños bucles. Y sí, el cabello corto le favorece, mucho más que la melena. Es más ella

miércoles, 20 de junio de 2012

Seis segundos

Hace algún tiempo, leí, en algún sitio, que para que un abrazo tenga un impacto químico en el cerebro, tiene que durar, al menos, seis segundos. 

Ha sido un día extraño, no lo niego. Emocionalmente, me he sentido extraña. Hay sentimientos que vienen y van, personas que no sé si valen la pena siquiera molestarse por ellas, seguir herida. Le he dado vueltas durante toda una tarde, he hablado con alguien y he acabado más liada todavía, sin saber exactamente qué me preocupa y qué no. Qué es lo que me da miedo y qué es lo que me pone furiosa, qué es lo que odio de esas personas (o de esa persona en concreto) y qué es lo que me impide mandarla a la mierda de una patada. Y pensé, pensé más de la cuenta, y me asusté; por su actitud, quizá por la mía. Y amparada en la oscuridad de la noche y en la seguridad de mis sábanas, hice lo que procedía. 

De nuevo, tomé la carta entre mis manos. Y antes de ni siquiera abrirla, noté cómo un temblor se apoderaba de mí, y el conocido escalofrío que todas las noches recorría mi espalda volvía a hacer su camino habitual hasta la yema de mis dedos, mientras sacaba las hojas de papel de su sobre. La emoción me embargó, mis pupilas se empañaron. Ciento cincuenta y tantos días... 

Amanecí igual que siempre. Recogí la casa, mientras lo hacía daba vueltas a la maraña de sentimientos que aún no terminaba de ordenar. Y varios fragmentos de recuerdos se iban interponiendo ante mis ojos, como una película, haciéndome sonreír. 

Dicen que para que un abrazo tenga un impacto químico en el cerebro tiene que durar al menos seis segundos. Yo noté ese impacto desde el primer roce, y fue acentuándose cada vez más ante el contacto prolongado. No, no necesité seis segundos. Te necesité a ti. 

Ahora, lo entiendo, lo sé, lo comprendo: ahora lo siento así. El por qué mi actitud cambia con esa persona, es porque en mi interior sé que, por muy bien que me caiga, hay algo en él que no me gusta; aunque me esmero en creer esa falacia de que toda persona tiene algo bueno en su interior y puedo sacarlo si me esfuerzo. Pero, ¿sabes un secreto? No quiero esforzarme, no esta vez. Quiero rendirme con él y con los que son como él. Y el motivo es muy sencillo: tú. Me esforzaba continuamente por intentar sacar lo mejor de esa clase de personas, por un absurdo sentimiento ególatra de querer sentirme especial, apreciada y querida. Sí, lo confieso, necesito eso; en cierta medida, todos lo necesitamos. Lo genial de todo esto, es que, gracias a ese abrazo (una noche del dos de enero que jamás olvidaré), que fue el detonante de todo lo que nos ha ocurrido hasta ahora, es que ya no necesito recurrir a ser esa especie de "alma caritativa" que intenta comprender a todo el mundo para sentirse querida por los demás. Ya no necesito "intentar salvar" a todo personaje que me contempla con ojitos desvalidos desde su penumbra en busca de ayuda, cuando no son capaces de hacer nada por ellos mismos, para sentirme bien conmigo misma (y, por qué no decirlo, para sentirme superior, importante, querida, necesitada). 

Pero... gracias a ti, todo ha cambiado. Gracias a ti, esa necesidad ha desaparecido. Tú has conseguido que sea un poco mejor persona, un poco menos ególatra, un poco menos narcisista. Tú has conseguido que sea un poco más yo, esa yo que se había perdido ligeramente con el pasar de los años, con el agradar a los demás, con el evitar sentirse pequeña. Tú me haces grande. 


lunes, 18 de junio de 2012

Amor

Últimamente no hago más que hablar de lo mismo. Pero se me hace extraño tener, por fin, después de tantos años imaginando más que sabiendo, un rostro que ponerle a tantos sentimientos, un fin a tantas emociones. Se me hace extraño añorar entre mis sábanas a alguien con quien sólo he compartido la noche algunas veces; si bien, las veces en las que ha sido la cama sean innumerables. Se me hace extraño añorar un rostro que, en ocasiones, soy incapaz de recordar con exactitud, y la mayoría de las veces recuerdo hasta el menor detalle; que el día que no te vea se me haga eterno, y no deje de pensar que debería haberme escapado aunque fuera cinco minutos para dedicarte algo de mi tiempo. Se me hace extraño rememorar un olor que no es el mío, pero que me envuelve cual si lo fuera, trayéndome recuerdos de horas pasadas y días que están por venir; que el día que no lleve tu anillo colgado al cuello sienta como si me faltara algo. Se me hace extraño sentir esa necesidad ansiosa por tomar esa dichosa carta todas las noches y releer, una y otra vez, esas líneas vertidas de sentimientos que me harán llorar, noche sí y noche también, de pura felicidad. 

Se me hacen extrañas tantas cosas que soy completamente incapaz de enumerarlas aquí, en apenas unas líneas, con las palabras de esta lengua me confiere. 

Porque te quiero, y con esto basta. Y de alguna forma extraña, estoy anclada a ti. A tu mirar, a tu forma de tratarme, a tu forma de quererme; a tus manos, tus labios, tu cuerpo y tus ojos; tu sonrisa, tu voz, tus pestañas y tus lunares, tu perfume y tu sueño. Estoy anclada a ti, y tú también a mí. De alguna forma extraña, ambos estamos atados, con ese lazo extraño que se llama amor. 


jueves, 14 de junio de 2012

5

¿Sabes? Te echo de menos. Echo de menos el sabor de tus sábanas, el despertarme y encontrarte a mi lado. Echo de menos esas tardes eternas acabadas en madrugadas, los paseos, las escapadas, el hoy eliges tú. Y volverme loca la cabeza pensando a qué rincón podríamos ir ese día que no hubiéramos visitado ya en los cuatro meses anteriores, cada fin de semana.

Pero este último mes ha sido un poco extraño, ¿verdad? Nos ha impedido esa regularidad de las visitas, ese tiempo juntos, esa... ese todo. Las obligaciones nos requerían y había que atenderlas, es lo que hay que hacer. Pero estamos a un paso, a sólo un paso, de acabar con ellas, y volver a aquella época que añoro: esos días de libertad que tanto me hacen falta, esas ganas de ti que no se me quitan nunca.

Y sin embargo, allí estabas de nuevo. Con aquel ramo de flores que jamás falla, y una carta que no me esperaba, y que ha dado un nuevo significado al "dormirse llorando cada noche". Porque a las nocturnas lágrimas ha acompañado siempre una sonrisa, y ese sentimiento de estar completamente segura de estar cada día un poco más cerca de caer en ese abismo que me evoca tu mirada. Pero por favor, si caigo, que nadie me salve, que allí me quiero quedar yo. Enamorada. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Ah, el amor...

Las personas están demasiado acostumbradas a creer que todo merece la pena, o en su defecto, a pensar que nada vale. Creen que cualquiera que se cruce en tu camino, que te haga sonreír un poco, es digno del más alto cargo, de tus lágrimas y de tus suspiros, del yo estaré ahí; se cree, erróneamente, que cualquiera que haga dar al corazón un brinco más allá de la rutina es digno de aquella lucha en la que podemos dejarnos la piel, aquella lucha que debemos reservar sólo para un puñado de personas escogidas; les mueve el miedo a la soledad, el miedo a la equivocación, el... no sé. 

Después, vienen las equivocaciones. Después, vienen las lágrimas, el dolor, la frustración, los reproches, a él, a ella, a ti mismo. Porque has sido estúpido confiarte a esa persona que no te ha sabido tratar, porque ha sido ingenuo abrirte sin esperar nada a cambio, entregarte esperando que la otra persona hiciera lo mismo, para encontrarte ahora en la soledad más profunda. Y eso es lo que mucha gente define ahora mismo como el amor. La soledad más profunda, una especie de estado pasajero, algo que está destinado a morir, sin más; algo que, por su propia naturaleza indomable, su propio estado etéreo y voluble, está destinado a perecer, a no ser más que el vuelo efímero de una mariposa. Se acumulan los errores, los fallos se amontonan en una esquina, y la oportunidad de ser feliz desaparece bajo un montón de lágrimas perdidas en la oscuridad de una habitación. 

Y después nos encontramos con esa clase de personas, que elevan la mirada por encima del orgullo y con una media sonrisa (como si ella conociera un secreto que tú todavía no has alcanzado a comprender), suelta un "pero todos lo sabemos, la felicidad no existe". 

Pero el despertar junto a ti aquella mañana de domingo, enredada entre tu cuerpo y las sábanas, y poder ser tu rostro lo primero que contemplar, observándome con aquella media sonrisa (esa media sonrisa que siempre tienes cuando no acabas de despertar del todo); en ese sencillo momento, que no duró apenas un pestañeo, el mundo se me quedó pequeño. Y comprendí (si es que me quedaba alguna duda) que todo lo que había escuchado eran puras patrañas: el amor es algo que no aparece por las buenas, que cuesta un mundo y la mitad de otro encontrar; y que si tienes suerte de encontrar a esa persona que te haga feliz, no dudes en luchar por estar cada día con ella; los tiempos fáciles se van a alternar con los difíciles, pero nunca dejes de luchar por esa persona a la que amas. Y sobre todo, por encima de todas las cosas: el amor no es efímero, si sabe cómo cuidarse. Y la felicidad sí existe: la guardo ahora mismo entre mis manos y tu sonrisa. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Quédate a dormir

Si es que es verdad. El tiempo se esconde y apenas me doy cuenta, y busco a duras penas un refugio bajo tu pecho para que no nos sorprenda la madrugada. Pero el tiempo es inexorable (tic, tac, tic, tac), y las horas pasan; y siempre el reloj avanza, y el suspiro llega, y las temibles palabras que anuncian que ya es hora de apearse de aquel coche gris oscuro, darte un último beso de despedida y subir aquella cuesta, hasta el siguiente día que nos volvamos a ver. Y puede ser en unas horas o dos días después, quizá tres; la distancia nunca importa, vivimos a apenas dos minutos el uno del otro. Pero quizá por eso se me hace tan insoportable la idea de no poder verte, de no poder estar contigo las veinticuatro horas del día; quizá, lo único que espero, sea tenerte al llegar a casa, sentir tu aroma antes de acostarme, o poder despedirme de ti con un beso cada mañana antes de partir. Sospecho que con eso, me sería suficiente. 

Quédate a dormir... 
que pasen treinta años antes de mañana

jueves, 10 de mayo de 2012

Saber


Esperar al momento adecuado. En el fondo, siempre lo he sabido, aunque muy pocas veces me lo haya creído. Siempre esperando que me esconda tras un manto de cobardía, que no avance, que no haga nada, por miedo, siempre por miedo. Pero en el fondo era más sabia de lo que yo misma llegué a suponer. En el fondo, siempre lo supe. No es el momento, no es el lugar, no es la persona.

Y justo cuando ya creía tener mi vida solucionada, tuviste que aparecer. Y en ese momento, justo en ese momento, lo supe. Aún mi cuerpo se estremece ante el recuerdo de aquel abrazo, y mi corazón late desbocado en el pecho, como queriendo salir, cada vez que el murmullo de su voz sopla en mi mente, o mis pensamientos dibujan apenas la sombra de tu sonrisa. 

Y echando la vista atrás... cómo caí, ni lo recuerdo. Y desde cuando... algo que más bien miedo me da preguntar. Porque para ser sincera, desde el primer momento fui tuya, sin ni siquiera yo darme cuenta. 

Cuatro

Y en apenas un soplido otros treinta días se me escapan de las manos. Cuento los pasos que damos y vuelvo la vista atrás, porque aún hoy por hoy me cuesta creer en toda la suerte que tengo. Sumida en la oscuridad que la noche me otorga, casi como un regalo, entre sábanas y cama; aprieto, con mezcla de dulzura y temor, añoranza, nostalgia; círculo turquesa y plata, mi compañero cuando tú no estás conmigo.

El peso del anillo que te robé, apenas unas semanas después de empezar, y que te prometí que te devolvería en unos días, y que aún hoy sigue colgando de esa cadena de plata en mi cuello;    el recuerdo de una caricia que aún florece en mi piel por las noches, antes de acostarme; el eco de una voz que no termina de difuminarse en mi memoria durante todo el día; una sonrisa que me acompaña continuamente; las ganas de permanecer envuelta en tu aroma continuamente. Mil y una situaciones, mensajes oníricos que me hacen darme cuenta, una vez más, de que, a pesar de todo, tú estarás, como cada viernes, esperándome en aquel portal, con esa sonrisa condescendiente y preguntándome por qué llego tarde otra vez; no sin antes, recibirme, como siempre, con ese beso que hace temblar todo mi mundo. 

Te voy a sostener entre mis manos
y seré aquello que no te esperabas

lunes, 23 de abril de 2012

Lucky

"Quizá es que no me quieres"

Sonrío. Irremediablemente, sonrío. Cuántas veces no habremos visto, todos y cada uno de nosotros, esa escena, en cualquier lugar. Ella (siempre suele ser ella, no sé por qué; quizá, nosotras seamos las dramáticas); ella se remueve, inquieta, en el sillón, mientras él lee el periódico, y se lo suelta. "Quizá es que no me quieres". Y él se gira hacia ella, y la intenta convencer de todas las maneras posibles de que sí la ama, por encima de todas las cosas; pero ella no cede, y él termina por sucumbir ante el agobio y vuelve a su periódico.  Y entonces, para ella, la duda se confirma. "Quizá es que no me quieres". 

Y yo no lo puedo evitar. Sonrío por no reírme a carcajadas y me acuerdo de ti. Recuerdo tus manos, recuerdo tu sonrisa; recuerdo tu mirada. Sobre todo, tu mirada. Y sé que a mí no me hace falta hacer esa pregunta oculta, que no es necesario lanzar esas indirectas, ni iniciar discusiones insulsas que terminen con agobios ocultos tras una hoja de papel y lágrimas en la portada de un libro: la respuesta ya la conozco, y me la dejas conocer cada vez que me miras. Me quieres

Porque, por suerte, aún estamos en esa época en la que no hace falta decirnos nada. Yo sé, con tan sólo mirarte, que me quieres; es más, sé cuánto me quieres, lo importante que soy para ti, lo especial que soy. Y lo mejor de todo, es que también sé, con tan sólo mirarte, que tú también eres capaz de ver, y por tanto, sabes también cuánto te quiero yo, cuán importante eres para mí y cuán especial eres. Porque ambos nos quedamos mirando todavía como si no terminásemos de creernos lo que estamos viviendo, conscientes de que lo que tenemos entre nuestras manos es lo más grande que podría habernos ocurrido en la vida; que por fin hemos encontrado a esa persona que nos hace grandes, a esa persona a la que podemos dar nuestra vida aún a riesgo de resultar heridos. Porque ambos sabemos la suerte que es tenernos el uno al otro

Every time we say good-bye
I wish we had one more kiss...


martes, 10 de abril de 2012

Migrañas

La luz que hace daño, el ínfimo sonido que se clava y te hiere, y parece que tienes mil agujas en el cerebro; además de esa enorme mano que te oprime a ambos lados, en las sienes, que apenas te deja entornar la vista para atender malamente a lo que sea que tengas enfrente. Y maldiciendo las continuas migrañas, te olvidas de todo un poco, de tumbas a oscuras en un cuarto insonorizado (o todo lo insonorizado que esas paredes de papel te permitan), y cierras los ojos, concentrándote una vez más en cuánto te duele, y en lo frío que está el hielo que tienes sobre la cabeza, y en lo que te alivia esa sensación.

Es justo entonces, en ese momento, en el que no eres tú, y en el que tampoco has dejado de serlo, en el que tu mente comienza a vagar. Se desconecta sin desconectarse del todo, y comienza a perderse por lugares que no debería perderse, y comienza a atar cabos que no debería atar. Y lo que estaba asentado en tu vida comienza a ponerlo patas arriba, y cosas que creías que no podían estar más desordenadas alcanzan un nuevo nivel de caos. Ése es un momento peligroso, se los aseguro. Todas las cosas que algunas vez han podido herirte o hacerte algún tipo de mal pueden salir a la superficie. 

Inesperadamente, eso me ha ocurrido a mí. Y mi subconsciente me ha jugado una mala pasada, y me ha llevado a donde no tenía que llevarme; o quizá, de donde nunca tenía que haberme alejado. Y, de todas las cosas que ha traído y que se ha llevado, que ha quebrado y que ha desordenado, hay una que ronda más que ninguna otra.  Un nombre, recuerdos tras las paredes de una habitación teñida de celeste, risas perdidas en la calle, una niñez, una infancia, toda una vida, tras los ojos de una sola persona. Una persona que ya no cuenta entre los nombres que habitualmente pronuncio. 

Me pregunto... 

lunes, 9 de abril de 2012

Tres

Tres que parecen veinte, un millón, un siglo, o quizá, simplemente, nada. El tiempo pasa y apenas me doy cuenta, y en tres meses me siento como si apenas hubiesemos pasado de aquel día de enero. Y es que aún sigo temblando irremediablemente si te miro el tiempo suficiente, con apenas rozarme. Cuantos testigos tengo de que eso es cierto, pierdo la cuenta: tus manos, tus labios, mis abrigos y las sábanas, y más que se pierden entre mis recuerdos.
Tres que parecen toda una vida. Y aún soy incapaz de creérmelo. A saber lo que nos queda por delante, todavía.

Porque, aunque me parezca una eternidad, tres meses es muy poco tiempo.

jueves, 15 de marzo de 2012

Cuestión de fe

Necesitarte como no he necesitado nunca de nadie. Confieso que esa idea me asusta hasta límites insospechados. Emparejado al amor, desgraciadamente, siempre vienen miedos. El miedo a perderte, el miedo a equivocarse, el miedo a hacer daño, el miedo a que te lo hagan, a ser demasiado ingenua para ver la realidad; el miedo a la rutina, a las peleas, el miedo a un no, el miedo al engaño... 

Desde que tengo uso de razón, siempre he creído que mi mayor temor sería ese. El miedo a que esa persona especial, esa persona a la que yo he decidido entregarle todo, me engañase. Suponía que nada podía ser más terrible, que nada podría haber peor que ese sentimiento. Pero, en mi ingenuidad, no descubría cuán equivocada estaba. Poco a poco, he descubierto que no es eso lo que más me atemoriza. Hay otro sentimiento del que, lentamente y de golpe, voy dándome cuenta; y es mucho peor que cualquier otra cosa que haya podido sentir: los celos. Pero peor aún, es cuando esos celos nacen y viven sin fundamentos, sin razones. Cuando te carcomen lentamente sin saber por qué, y sientes que crecen en tu interior ante el menor gesto ajeno; y es entonces, cuando lo único que quieres hacer es apartar aquello que amas de todo lo demás. 

Pero son destructivos. He visto con mis propios ojos cómo ciudades enteras se derrumban ante su paso, cómo poderosas naciones caen ante su sombra. Es un enemigo poderoso y soberbio, el más temible con el que te puedas enfrentar. 

Contra ellos, no valen pruebas. Nada es válido. Sólo, cerrar los ojos, y respirar profundamente; lo amo, lo amo. Y no quiero ver esa mirada en él, no en sus ojos. Es, simplemente, cuestión de confianza, de creer. Es cuestión de fe. Fe ciega, completamente ciega, en él. Abrir los ojos, y sonreír. 

Lo amo. 
Quererte... 
quererte no es bastante
quererte es merecerte
más de lo que te merezco

lunes, 12 de marzo de 2012

Vicios

Los hay demasiados, de muchos tipos: grandes y pequeños, disimulados y no tanto. Lo que nunca pensé es que ese fuera uno de los míos. De todos los que podría tener, de todos los que mi cabecita loca pudo haber imaginado, precisamente uno tan simple como ése no estaba entre ellos. Y sin embargo, creo que podría pasarme la vida completa en él. Pero casi superior probar tus labios cada vez que tengo ocasión, a perderme en tu mirada a cada momento, a recorrer tu rostro con mis ojos para no perder detalle, o a abrazarme a ti como si me fuera la vida en ello, casi como si te necesitara para vivir: más que todo eso, el que mis dedos encuentren solos el camino hasta tu rostro.

No hay manera de que pueda evitarlo. Es como automático, al estar contigo; mi mano cobra vida, se dirige sola. Ya conoce de memoria tu rostro, y recuerda a la perfección cada milímetro de tu piel; pero parece que mis dedos necesitan continuamente de esas pequeñas dosis de caricias. Pero lo más extraño del mundo, es que es lo que más parece que mis manos echan en falta cuando tú no estás cerca.
He encontrado tu sonrisa dulce, 
que brilla en esta nieve como un millón de luces

lunes, 16 de enero de 2012

Hablar sin decir nada

Escucharlo de sus labios fue lo mejor que podría haberle pasado. Jamás ella creyó que decir dos simples palabras pudiera hacerla sentir tanto. Ella, que creía en los cuentos de hadas, en el amor premeditado, en que tenía la felicidad en la palma de su mano: ella, que no conocía absolutamente nada. Y en apenas un soplido, toda su realidad se derrumba, se desmorona: su mundo cambia, y de la nada, vuelve a reconstruirse de nuevo.

Un abrazo de despedida que le hizo caer en la cuenta; conversaciones a media tarde que le devolvieron la sonrisa y el apoyo cuando todo lo demás falló; paseos donde se descubría a sí misma en la otra persona; y finalmente, el sonido de las olas susurrantes de fondo, las luces de la avenida apenas iluminando, el temblor que poco a poco se apoderó de su cuerpo y que, aún hoy, no la deja, si se acerca lo suficiente a ti. Y después...

...después, todo cobró sentido.


Como una herida en el corazón, que no me duele
Me gusta como eres

sábado, 7 de enero de 2012

Fin

El final ya está aquí. Se acerca, inexorablemente, imparable; ya no hay nada que quiera hacer para impedirlo, aunque probablemente sí hayan muchas cosas que pueda hacer. Pero no me importa, no esta vez. 

El final no tiene por qué ser siempre algo malo. No tiene por qué ser negativo, catastrófico... no tiene por qué significar, realmente, que todo se ha acabado. Al fin y al cabo, para dejar paso a lo nuevo, debes dejar que otras cosas terminen. 

Y lo que nos depara el futuro, eso, por fortuna, nadie lo sabe.