Los hay demasiados, de muchos tipos: grandes y pequeños, disimulados y no tanto. Lo que nunca pensé es que
ese fuera uno de los míos. De todos los que podría tener, de todos los que mi cabecita loca pudo haber imaginado, precisamente
uno tan simple como ése no estaba entre ellos. Y sin embargo, creo que podría pasarme la vida completa en él. Pero casi superior probar tus labios cada vez que tengo ocasión, a perderme en tu mirada a cada momento, a recorrer tu rostro con mis ojos para no perder detalle, o a abrazarme a ti como si me fuera la vida en ello, casi como si te necesitara para vivir: más que todo eso,
el que mis dedos encuentren solos el camino hasta tu rostro.
No hay manera de que pueda evitarlo. Es como automático, al estar contigo; mi mano cobra vida, se dirige sola. Ya conoce de memoria tu rostro, y recuerda a la perfección cada milímetro de tu piel; pero parece que mis dedos necesitan continuamente de esas pequeñas dosis de caricias.
Pero lo más extraño del mundo, es que es lo que más parece que mis manos echan en falta cuando tú no estás cerca.
He encontrado tu sonrisa dulce,
que brilla en esta nieve como un millón de luces
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