Las personas están demasiado acostumbradas a creer que todo merece la pena, o en su defecto, a pensar que nada vale. Creen que cualquiera que se cruce en tu camino, que te haga sonreír un poco, es digno del más alto cargo, de tus lágrimas y de tus suspiros, del yo estaré ahí; se cree, erróneamente, que cualquiera que haga dar al corazón un brinco más allá de la rutina es digno de aquella lucha en la que podemos dejarnos la piel, aquella lucha que debemos reservar sólo para un puñado de personas escogidas; les mueve el miedo a la soledad, el miedo a la equivocación, el... no sé.
Después, vienen las equivocaciones. Después, vienen las lágrimas, el dolor, la frustración, los reproches, a él, a ella, a ti mismo. Porque has sido estúpido confiarte a esa persona que no te ha sabido tratar, porque ha sido ingenuo abrirte sin esperar nada a cambio, entregarte esperando que la otra persona hiciera lo mismo, para encontrarte ahora en la soledad más profunda. Y eso es lo que mucha gente define ahora mismo como el amor. La soledad más profunda, una especie de estado pasajero, algo que está destinado a morir, sin más; algo que, por su propia naturaleza indomable, su propio estado etéreo y voluble, está destinado a perecer, a no ser más que el vuelo efímero de una mariposa. Se acumulan los errores, los fallos se amontonan en una esquina, y la oportunidad de ser feliz desaparece bajo un montón de lágrimas perdidas en la oscuridad de una habitación.
Y después nos encontramos con esa clase de personas, que elevan la mirada por encima del orgullo y con una media sonrisa (como si ella conociera un secreto que tú todavía no has alcanzado a comprender), suelta un "pero todos lo sabemos, la felicidad no existe".
Pero el despertar junto a ti aquella mañana de domingo, enredada entre tu cuerpo y las sábanas, y poder ser tu rostro lo primero que contemplar, observándome con aquella media sonrisa (esa media sonrisa que siempre tienes cuando no acabas de despertar del todo); en ese sencillo momento, que no duró apenas un pestañeo, el mundo se me quedó pequeño. Y comprendí (si es que me quedaba alguna duda) que todo lo que había escuchado eran puras patrañas: el amor es algo que no aparece por las buenas, que cuesta un mundo y la mitad de otro encontrar; y que si tienes suerte de encontrar a esa persona que te haga feliz, no dudes en luchar por estar cada día con ella; los tiempos fáciles se van a alternar con los difíciles, pero nunca dejes de luchar por esa persona a la que amas. Y sobre todo, por encima de todas las cosas: el amor no es efímero, si sabe cómo cuidarse. Y la felicidad sí existe: la guardo ahora mismo entre mis manos y tu sonrisa.