Necesitarte como no he necesitado nunca de nadie. Confieso que esa idea me asusta hasta límites insospechados. Emparejado al amor, desgraciadamente, siempre vienen miedos. El miedo a perderte, el miedo a equivocarse, el miedo a hacer daño, el miedo a que te lo hagan, a ser demasiado ingenua para ver la realidad; el miedo a la rutina, a las peleas, el miedo a un no, el miedo al engaño...
Desde que tengo uso de razón, siempre he creído que mi mayor temor sería ese. El miedo a que esa persona especial, esa persona a la que yo he decidido entregarle todo, me engañase. Suponía que nada podía ser más terrible, que nada podría haber peor que ese sentimiento. Pero, en mi ingenuidad, no descubría cuán equivocada estaba. Poco a poco, he descubierto que no es eso lo que más me atemoriza. Hay otro sentimiento del que, lentamente y de golpe, voy dándome cuenta; y es mucho peor que cualquier otra cosa que haya podido sentir: los celos. Pero peor aún, es cuando esos celos nacen y viven sin fundamentos, sin razones. Cuando te carcomen lentamente sin saber por qué, y sientes que crecen en tu interior ante el menor gesto ajeno; y es entonces, cuando lo único que quieres hacer es apartar aquello que amas de todo lo demás.
Pero son destructivos. He visto con mis propios ojos cómo ciudades enteras se derrumban ante su paso, cómo poderosas naciones caen ante su sombra. Es un enemigo poderoso y soberbio, el más temible con el que te puedas enfrentar.
Contra ellos, no valen pruebas. Nada es válido. Sólo, cerrar los ojos, y respirar profundamente; lo amo, lo amo. Y no quiero ver esa mirada en él, no en sus ojos. Es, simplemente, cuestión de confianza, de creer. Es cuestión de fe. Fe ciega, completamente ciega, en él. Abrir los ojos, y sonreír.
Lo amo.
Quererte...
quererte no es bastante
quererte es merecerte
más de lo que te merezco